jueves, 3 de mayo de 2012


Para vosotros, mis queridos Jacobo, Alicia y Álvaro.

Esta es la historia de una nube que vagaba por el cielo, solitaria, sin nadie con quien hablar.
Era transparente, tan delgadita que nadie se fijaba en ella. El sol la traspasaba como a una gasa de seda, a ella le gustaba.
Sus días transcurrían, allá en lo alto, mirando a la tierra; la nube  creía que estaba muy quieta, que no se movía y que eran las cosas las que se movían y pasaban por debajo. Desfilaban ciudades, pueblos y villas con sus iglesias,  palacios, castillos y casitas de distintas formas y colores.
Algunos pueblos tenían muchas torres…, altas, fuertes y orgullosas, algunas casi le rozaban la cara; bueno, era un poco exagerada esta nube. Las torres no son tan altas como para llegar a las nubes, nosotros lo sabemos bien.
Una en especial le asustaba mucho pero no dejaba de mirarla cuando pasaba a su lado, era toda de hierro calado, no tenía cuerpo, y la nube pensaba que era un esqueleto.
Esa torre tan alta parecía desafiar a la nube, como si quisiera pincharla con su afilada aguja cuando ésta pasaba bajito.
Al lado de esa torre discurre un río muy grande y caudaloso, por el que los barcos van de un sitio a otro llevando pasajeros,  en su mayoría turistas, que contemplan las maravillas de la ciudad.
Pasaba por ciudades llenas de niños jugando en los patios de los colegios a la hora del recreo.
Pero la nube veía que todo estaba un poco descolorido o sucio. Era muy observadora y no le gustaba para nada el humo que salía de unos grandes tubos y se elevaba hacia ella y que, cada vez más a menudo,  encontraba a su paso.
Nosotros sabemos que era ella la que se movía y no eran las cosas, ni los parques, ni las casas, ni las iglesias con sus torres, nada; pero también sabemos que todo ello en conjunto gira con la tierra.
Era ella la que daba vueltas y vueltas alrededor del mundo, la que tenía el privilegio de ver tantas cosas maravillosas que hay en este planeta.
Las montañas le atraían mucho, ¡que alturas!, que diferencia con los valles, planos, por los que discurrían arroyos, en los que bebían los animales que plácidamente pastaban: vacas, caballos, ovejas.
Esta nube no era de las que se conforman, así sin más, viviendo una vida tranquila, sin compromisos, sin luchas. Sí, era feliz pero se preguntaba muy a menudo, cuál sería la misión que ella tendría que realizar durante su existencia, ¿qué sería lo que tenía que hacer? Desde luego para algo habría nacido; ya llevaba tiempo dando vueltas al mundo, y sabía cosas de la tierra y de sus habitantes, por eso sabía que algo tendría que hacer, porque todos los seres vivos tienen su propia misión, tienen su quehacer.
En estas meditaciones estaba un día, cuando se levantó un ligero vientecillo, que la hizo temblar un poco, así como un escalofrío. El viento se hizo más fuerte y al ser empujada notó su propio movimiento, y esto pareció gustarle. Su caminar era más rápido, el fuerte viento soplaba y soplaba, y la nube cada vez estaba más contenta, notaba como un vaporcillo la envolvía, era una sensación muy suave, placentera.
El sol calentaba con fuerza y ella veía como se desprendía un  “humillo” del agua de un lago que estaba justo debajo. Sin darse cuenta lo Absorbía todo, el viento siguió empujando a la nube, y pasaron por un río, éste también soltaba vapor de agua por el calor que hacía, y la nube también lo absorbía.
En el cielo, nuestra amiga ya no estaba sola, había a su alrededor muchas más nubes empujadas por el viento como ella.
La nube reía, estaba muy contenta, por fin algo pasaba en su vida. Llegó a un pantano, siempre empujada por el viento, y absorbió una gran cantidad de vapor, se estaba poniendo muy pesada y el viento trabajaba mucho para moverla,  pero ella era feliz.
Llegaron al mar y la nube pudo absorber mucho más vapor. Con tanta agua allí acumulada no tuvo ningún problema, aspiró y aspiró todo  lo que quiso. Se había dado cuenta de que eso la alimentaba, que crecía y crecía, se hacía grande, muy grande, el viento ya no podía con ella. Llegaron más vientos que la zarandeaban de un lado a otro, ella reía.  Cuanto más vapor de agua aspiraba más oronda se ponía. Ya cubría al sol, y los vientos huracanados, soplaban con mucha fuerza. Los que empujaban a nuestra nube, sin saber cómo, la llevaron sobre una ciudad muy grande, muy bonita, pero gris, sin colores, los niños no tenían  sitios agradables donde jugar, pasaban mucho tiempo en casa, apenas salían a la calle polvorienta, la ciudad se veía triste, sin vida.
Los vientos ya eran tan fuertes que la presión ejercida sobre la nube hacía que ésta empezara a soltar gotas de lluvia.
Sentía la fuerza que los vientos hacían sobre ella y les gritaba: ¡más, más fuerte, esto es muy bueno, no dejéis de apretarme!, el agua se desprendía de ella de forma mansa, tranquila, muy serena.  Reía feliz, estaba trabajando, estaba haciendo algo, ella veía como el agua caía sobre la ciudad, todo se regaba. Les dijo a los vientos: ¡empujadme un poco más por favor!, ellos la empujaron y la llevaron fuera de la ciudad donde había huertas con tomates, zanahorias, lechugas, y árboles frutales. Todos se pusieron muy contentos con la lluvia que venía de la nube.
Ella no se daba cuenta en un principio pero, según caía el agua, se hacía más pequeña. Poco a poco se quedaba como antes, antes de crecer y crecer y ponerse oronda Se notaba ligera, sin oponer resistencia a los vientos que ya no trabajaban para moverla; ella no se preocupaba, sonreía, estaba feliz.
Poco  a poco comprendió su misión, para lo que había nacido, lo comprendía todo.
Mientras se deshacía, las ciudades, los campos, las huertas y  los niños, en definitiva todos los habitantes de la tierra se beneficiaban de su ser, ahora estaba desapareciendo, pero no la importaba.
El Sol ahora sí brillaba, los coches los campos, las casas, las torres, todas las frutas y verduras, ya no estaban grises, ahora los colores eran vivos ya no había polvo, todo relucía. Los niños salían a la calle con sus botas de goma y sus paraguas, felices por poder saltar sobre los charcos como hacían sus papás cuando eran pequeños.
Salió el arco iris y sus colores hicieron llorar de alegría a los niños.
 De la nube no quedaba apenas nada, pero no la importaba, al final sabía bien cuál era su misión, y la había cumplido.
El sol brillaba con más fuerza y la nube no era más que  un ligero rasgo en el cielo. Mientras desaparecía del todo, sentía la felicidad de haber servido al fin para algo útil, había cumplido aquello para lo que fue creada.
Todos en la tierra gritaban: ¡Ha salido el sol!, ninguno vio desaparecer a la nube, se fue en silencio, dejando despejado el cielo.
Fijaos y veréis infinidad de nubecitas sin importancia, pero que están ahí para hacernos la vida más agradable, tienen mucho mérito,  fijaos y las veréis.
Me lo contaréis algún día.
                                                Abuela Elisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario