Para vosotros, mis queridos Jacobo, Alicia y Álvaro.
Esta es la historia de una nube que vagaba
por el cielo, solitaria, sin nadie con quien hablar.
Era transparente, tan delgadita que
nadie se fijaba en ella. El sol la traspasaba como a una gasa de seda, a ella le
gustaba.
Sus días transcurrían, allá en lo alto,
mirando a la tierra; la nube creía que
estaba muy quieta, que no se movía y que eran las cosas las que se movían y
pasaban por debajo. Desfilaban ciudades, pueblos y villas con sus iglesias, palacios, castillos y casitas de distintas
formas y colores.
Algunos pueblos tenían muchas torres…,
altas, fuertes y orgullosas, algunas casi le rozaban la cara; bueno, era un
poco exagerada esta nube. Las torres no son tan altas como para llegar a las
nubes, nosotros lo sabemos bien.
Una en especial le asustaba mucho pero no
dejaba de mirarla cuando pasaba a su lado, era toda de hierro calado, no tenía
cuerpo, y la nube pensaba que era un esqueleto.
Esa torre tan alta parecía desafiar a la
nube, como si quisiera pincharla con su afilada aguja cuando ésta pasaba bajito.
Al lado de esa torre discurre un río muy
grande y caudaloso, por el que los barcos van de un sitio a otro llevando
pasajeros, en su mayoría turistas, que
contemplan las maravillas de la ciudad.
Pasaba por ciudades llenas de niños
jugando en los patios de los colegios a la hora del recreo.
Pero la nube veía que todo estaba un
poco descolorido o sucio. Era muy observadora y no le gustaba para nada el humo
que salía de unos grandes tubos y se elevaba hacia ella y que, cada vez más a
menudo, encontraba a su paso.
Nosotros sabemos que era ella la que se
movía y no eran las cosas, ni los parques, ni las casas, ni las iglesias con
sus torres, nada; pero también sabemos que todo ello en conjunto gira con la tierra.
Era ella la que daba vueltas y vueltas alrededor
del mundo, la que tenía el privilegio de ver tantas cosas maravillosas que hay
en este planeta.
Las montañas le atraían mucho, ¡que
alturas!, que diferencia con los valles, planos, por los que discurrían arroyos,
en los que bebían los animales que plácidamente pastaban: vacas, caballos,
ovejas.
Esta nube no era de las que se conforman,
así sin más, viviendo una vida tranquila, sin compromisos, sin luchas. Sí, era
feliz pero se preguntaba muy a menudo, cuál sería la misión que ella tendría
que realizar durante su existencia, ¿qué sería lo que tenía que hacer? Desde
luego para algo habría nacido; ya llevaba tiempo dando vueltas al mundo, y
sabía cosas de la tierra y de sus habitantes, por eso sabía que algo tendría
que hacer, porque todos los seres vivos tienen su propia misión, tienen su quehacer.
En estas meditaciones estaba un día,
cuando se levantó un ligero vientecillo, que la hizo temblar un poco, así como
un escalofrío. El viento se hizo más fuerte y al ser empujada notó su propio
movimiento, y esto pareció gustarle. Su caminar era más rápido, el fuerte
viento soplaba y soplaba, y la nube cada vez estaba más contenta, notaba como
un vaporcillo la envolvía, era una sensación muy suave, placentera.
El sol calentaba con fuerza y ella veía como
se desprendía un “humillo” del agua de
un lago que estaba justo debajo. Sin darse cuenta lo Absorbía todo, el viento
siguió empujando a la nube, y pasaron por un río, éste también soltaba vapor de
agua por el calor que hacía, y la nube también lo absorbía.
En el cielo, nuestra amiga ya no estaba
sola, había a su alrededor muchas más nubes empujadas por el viento como ella.
La nube reía, estaba muy contenta, por
fin algo pasaba en su vida. Llegó a un pantano, siempre empujada por el viento,
y absorbió una gran cantidad de vapor, se estaba poniendo muy pesada y el
viento trabajaba mucho para moverla,
pero ella era feliz.
Llegaron al mar y la nube pudo absorber
mucho más vapor. Con tanta agua allí acumulada no tuvo ningún problema, aspiró
y aspiró todo lo que quiso. Se había
dado cuenta de que eso la alimentaba, que crecía y crecía, se hacía grande, muy
grande, el viento ya no podía con ella. Llegaron más vientos que la zarandeaban
de un lado a otro, ella reía. Cuanto más
vapor de agua aspiraba más oronda se ponía. Ya cubría al sol, y los vientos
huracanados, soplaban con mucha fuerza. Los que empujaban a nuestra nube, sin
saber cómo, la llevaron sobre una ciudad muy grande, muy bonita, pero gris, sin
colores, los niños no tenían sitios
agradables donde jugar, pasaban mucho tiempo en casa, apenas salían a la calle
polvorienta, la ciudad se veía triste, sin vida.
Los vientos ya eran tan fuertes que la
presión ejercida sobre la nube hacía que ésta empezara a soltar gotas de
lluvia.
Sentía la fuerza que los vientos hacían
sobre ella y les gritaba: ¡más, más fuerte, esto es muy bueno, no dejéis de
apretarme!, el agua se desprendía de ella de forma mansa, tranquila, muy
serena. Reía feliz, estaba trabajando,
estaba haciendo algo, ella veía como el agua caía sobre la ciudad, todo se
regaba. Les dijo a los vientos: ¡empujadme un poco más por favor!, ellos la
empujaron y la llevaron fuera de la ciudad donde había huertas con tomates,
zanahorias, lechugas, y árboles frutales. Todos se pusieron muy contentos con la
lluvia que venía de la nube.
Ella no se daba cuenta en un principio
pero, según caía el agua, se hacía más pequeña. Poco a poco se quedaba como
antes, antes de crecer y crecer y ponerse oronda Se notaba ligera, sin oponer
resistencia a los vientos que ya no trabajaban para moverla; ella no se
preocupaba, sonreía, estaba feliz.
Poco
a poco comprendió su misión, para lo que había nacido, lo comprendía
todo.
Mientras se deshacía, las ciudades, los
campos, las huertas y los niños, en
definitiva todos los habitantes de la tierra se beneficiaban de su ser, ahora
estaba desapareciendo, pero no la importaba.
El Sol ahora sí brillaba, los coches los
campos, las casas, las torres, todas las frutas y verduras, ya no estaban grises,
ahora los colores eran vivos ya no había polvo, todo relucía. Los niños salían
a la calle con sus botas de goma y sus paraguas, felices por poder saltar sobre
los charcos como hacían sus papás cuando eran pequeños.
Salió el arco iris y sus colores hicieron
llorar de alegría a los niños.
De la nube no quedaba apenas nada, pero no la
importaba, al final sabía bien cuál era su misión, y la había cumplido.
El sol brillaba con más fuerza y la nube
no era más que un ligero rasgo en el
cielo. Mientras desaparecía del todo, sentía la felicidad de haber servido al
fin para algo útil, había cumplido aquello para lo que fue creada.
Todos en la tierra gritaban: ¡Ha salido
el sol!, ninguno vio desaparecer a la nube, se fue en silencio, dejando
despejado el cielo.
Fijaos y veréis infinidad de nubecitas
sin importancia, pero que están ahí para hacernos la vida más agradable, tienen
mucho mérito, fijaos y las veréis.
Me lo contaréis algún día.
Abuela Elisa.
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